La semana pasada quedé con una vieja amiga para una videollamada. Laura y yo nos conocimos en una Universidad española de cuyo nombre no quiero olvidarme. Cada vez que hablamos nos reímos de cómo aprendimos a poner buena cara al mal tiempo y sobrellevar la discriminación. Como dice ella, éramos los restos. Restos de una promoción de avispados estudiantes de publicidad y relaciones públicas a los que nuestro profesor de creatividad publicitaria obligó a formar grupos para funcionar como una agencia de comunicación durante el último año académico. Éramos los restos porque a ella no la quería nadie en su grupo y a mí, cuando pregunté me dijeron que: “Tú eres una estudiante de intercambio no me voy a arriesgar a meterte en mi grupo y que me baje la nota media”. ¡Caray y luego decían que los de provincias lo teníamos complicado en Madrid!
Ahí nos quedamos Laura y yo mirándonos con ojos de cachorro abandonado. Algunos minutos más tarde, mientras intercambiábamos dirección de e-mail y teléfono, entraron en el aula dos chicas más que tampoco tenían grupo. Así fue como nació el equipo PLE-A. Fuimos los restos combinados en una operación renove nunca vista anteriormente.
A mal tiempo, buena cara: ¿Discriminación?
Nos lo pasamos pipa con las lluvias de ideas y diseños gráficos que se nos ocurrieron. Además al final del curso Laura y yo fuimos seleccionadas para participar en el cdec para estudiantes. El todopoderoso club de creativos que sólo admitía a un grupo reducido de estudiantes de publicidad por universidad. Cuando el profesor anunció el nombre de los participantes se escucharon los comentarios de la misma persona que en su día me recordó eso de que yo era una estudiante de intercambio.
Esta vez volvió a repetirlo delante de todos: “Esther es una estudiante de otra Universidad que está aquí de intercambio no debería ocupar un puesto que le pertenece a un estudiante de esta Universidad”. ¡Zas! Lo dijo una mujer, la misma que años después me sigue por las redes sociales y no deja de comentar las “similitudes en nuestras vidas”. Le he dicho varias veces que similitudes veo pocas; yo soy de trabajar para lograr lo que quiero y no de buscar excusas para sacar la envidia como arma arrojadiza contra los que son mejores que yo.
¿Se entiende ahora ya lo de “hacer un Esther”?
Por si no hubiera quedado claro hubo una tercera situación dónde se usaron los mismos argumentos. A la hora de asignar las prácticas obligatorias en la Universidad se usaba como parámetro la media del expediente académico. Para mi suerte o mi desgracia me correspondía estar entre los 3 primeros de la lista, lo que suponía elegir empresa donde hacer las prácticas.
¡Cuál sería mi sorpresa al ver mi nombre colocado en último lugar de la lista con un cerapio por nota media! Me froté los ojos varias veces para estar segura de que no se trataba de un error. Una hora después en el despacho del profesor encargado de tutorizar las prácticas me repitió lo mismo con otras palabras: “Tú vienes de otra Universidad no vamos a darte preferencia frente a los estudiantes de casa”. Desde ese momento le hice la cruz al susodicho y me dije eso de si vis pacem para bellum, majo.
Fui la última. Me dieron las sobras y mi nuevo archienemigo se pegó la sobrada de recordarme: “Agradecida deberías estar de que te demos la oportunidad de hacer las prácticas aquí” y ahí ya le miré y le embestí con un: “Descuide que ya he hablado en Madrid con el Decano para asegurarme que los alumnos de esta Universidad reciben el mismo trato benevolente que usted me concede a mí” . Desde entonces no hemos vuelto a vernos cara a cara.
¡Nunca se sabe qué es mejor!
Me sentí como me siento muchos días desde que vivo en Alemania, cuando de forma consciente o inconsciente me recuerdan eso de que “soy diferente”. Puede ser por una alusión positiva como cuando alguien me dice eso de “los españoles son una gente muy abierta y simpática” o puede ser negativa cuando dicen “bueno en España todo es para mañana, mañana o al otro día”.
Hice las prácticas donde nadie quería y ¡tan estupendo que fue! Resulta que tuve unas compañeras de oficina geniales que me incluyeron en su panda del café desde el primer día, que me dieron la oportunidad de presentar mis propias ideas a la Vicerrectora de Comunicación y que le propusieron a la Universidad contratarme durante todo el verano. ¿Quién sabe si los que tenían el privilegio de elegir sus prácticas en otras empresas tuvieron mejores o peores experiencias? Ni lo sé ni me interesa.
Caminante no hay camino…
Desde entonces he colaborado con alguna de mis excompañeras de oficina en proyectos internacionales y siempre con la máxima de crear, inspirar, conectar y comunicar. Por eso me reí cuando en nuestra última videollamada Laura me contaba preocupada que uno de sus estudiantes más aplicados se bloquea en los exámenes porque tiene miedo de que le “hagan un Esther” y no consiga estar el primero de la lista para elegir empresa donde hacer sus prácticas e iniciar su carrera profesional.
Igual le hacen un favor al chaval y él agobiándose sin saberlo. Le di permiso a Laura para contarle mi historia y a la vez pensé que podría servirle de ejemplo a otros que están en una situación similar. Como decía Shakespeare el destino es el que baraja las cartas pero somos nosotros los que jugamos. Y tú ¿juegas o te quejas de las cartas que te han tocado?