Sí, lo confieso soy una mujer que acumula fracasos: laborales, emocionales, decepciones personales y estructurales. En 2015 cuando llegaron tantos refugiados a Múnich observé cambios en la percepción que tenía la sociedad muniquesa sobre los emigrantes (políticos, religiosos o económicos) que llegamos aquí. Me di cuenta que pese a la situación privilegiada con la que contamos nosotros, europeos, nos enfrentamos a barreras idiomáticas y culturales muy parecidas a las que se encuentran los refugiados que llegaron de países más lejanos.
Pasé varios meses leyendo e informándome sobre las alternativas y opciones para realizar un voluntariado e implicarme en algún proyecto que ayudar a integrar a los recién llegados. Me di cuenta de que ningún proyecto me convencía. Es decir, no podía elegir un proyecto mejor que otro porque era difícil comprender las diferencias entre unos y otros…en el mar de e.V. (asociaciones registradas) y empresas sociales resultaba complicado entender porqué había varios proyectos dirigidos a grupos de personas similares pero bajo diferentes “marcas”. Llegué así a la conclusión de que no podía elegir un proyecto sobre otro. En realidad, para cambiar cosas tienes que hacerlo desde donde estás con pequeños pasitos y gestos.
Sprachcafés e intercambios lingüísticos
Tras realizar un análisis más detallado me di cuenta de que en la capital bávara se organizaban cada semana decenas de cafés interculturales para el intercambio lingüístico entre hablantes nativos de alemán y emigrantes. De hecho, asistí a varios de estos eventos para conocer su funcionamiento antes de decidirme a formar parte de alguno de ellos. Sin embargo no terminé de decirme por un proyecto en concreto en el que colaborar. Sentía que todos ellos eran, a su manera, necesarios e importantes así que empecé a darle vueltas a un concepto que pudiera servirle al mayor número de proyectos existentes a mejorar su organización.
En el camino decidí involucrar a una amiga, mi mejor amiga desde que llegué a Alemania en 2010, que también se encontraba a la búsqueda de un proyecto en el que colaborar. Juntas trabajamos varios meses en la idea, elaboramos un plan de negocio bajo la supervisión de la aceleradora de empresas sociales de Lichterkette e.V. Mi amiga se sentía insegura, especialmente con la parte de la presentación del concepto ante el jurado. Quería que la hiciera yo porque tenía más experiencia que ella y me negué. Estábamos en esto al 50% y ella también presentaría el proyecto ante el jurado, faltaría más.
Cuando los nervios te ganan la partida
En octubre de 2019 presentamos el proyecto y yo me quedé en blanco, literalmente. Mi amiga se había preparado, como buena alemana, y se había aprendido las frases que quería decir con puntos y comas. Yo no y cuando los problemas técnicos con la presentación llegaron me bloqueé y tardé 30 segundos en volver a articular palabra. Cuando terminamos estaba claro que no iban a dejarnos llegar a la siguiente ronda en la aceleradora pero al menos abracé a mi amiga emocionada y le di las gracias de todo corazón.
Después hablamos con algunos miembros del jurado, o mejor dicho ellos nos hablaron a nosotras, para decirnos que siguiéramos con el proyecto pese a la negativa que en realidad no nos habían elegido porque sabían que podríamos sacarlo adelante sin su ayuda. En parte me sentí bien, en parte me sentí jodida…siempre he sido una perfeccionista de libro.
Traiciones, dificultades y otras complicaciones
Estuve disgustada sí y la cosa fue a peor cuando varias semanas después descubrí que otro proyecto en el que mi amiga estaba implicada como voluntaria casualmente acababa de firmar un contrato de cooperación con una pequeña firma que yo conocía y sobre la que dos semanas antes había hablado con mi co-fundadora y amiga para contactarles y proponerles colaborar con nosotras. Mi amiga se hizo la sueca cuando le pregunté si no era extraño que sucediera eso ahora…dos semanas después sucedió algo parecido con un despacho de abogados que me recomendaron y que de repente trabajaba con el otro proyecto. Ahí me mosqueé y confronté directamente a mi amiga.
Quería saber si estaba filtrando cosas o parecía que simplemente me habían puesto un micro cuando hablábamos. Mi amiga no contestó al teléfono durante 48 horas, tampoco a los WhatsApp hasta que al tercer día se limitó a escribirme dos líneas para decirme que debería estar agradecida de colaborar con el otro proyecto. Ahí la llamé y por supuesto no me contestó pero le dejé un mensaje de voz muy clarito al respecto. Estaba vendiendo mis ideas como suyas al otro proyecto. Le dije que me había utilizado, que me sentía defraudada y dolida y que además ella sabía que yo no estaba de acuerdo con el otro proyecto.
Fracasos y decepciones varias
El equipo del otro proyecto en el que ella estaba implicada quería contar conmigo. De hecho, durante un par de meses, intenté colaborar con ellos y no funcionó. Mis valores éticos no me permitían formar parte de un proyecto social dirigido a un público específico en palabras de la persona fundadora: “es que si no te diriges a estos públicos no te dan el dinero y así ni modo de llegar a tener carrera política”. En el momento que supe eso abandoné el barco, esto fue allá por comienzos de 2019 antes de entrar en la aceleradora y empezar con el plan de negocio de nuestro proyecto.
No todo vale, al menos no para mí y aunque fue doloroso me despedí de la que yo creía mi mejor amiga. No descarté el proyecto totalmente pero con la nueva situación en tiempos de corona se hizo imposible ni siquiera hacer un test para probar el concepto. En medio de esto decidí darle un empujón al tema y me presenté a la aceleradora Grace en Berlin. Tuve mucha mala (o buena suerte) y quedé en la lista de espera para entrar. No lo hice.
¡Soy una mujer de fracasos!
Uno tras otro los vaivenes de la vida me apartaron del camino inicial y simplemente dejé que el tiempo pusiera todo en su lugar antes de continuar con la idea del proyecto. Por eso, ahora cuando algunas personas leen mi libro y me dicen eso de: “Eres toda una mujer de éxito” les corrijo, no, no lo soy. Soy una mujer de fracasos múltiples. Vemos el brillo de los pequeños éxitos pero detrás está el lodo, las heridas, las caídas y las decepciones que nos bloquean. El secreto está en volver a levantarse después de cada caída, tomarse un tiempo, cambiar de perspectiva pero no dejarlo nunca porque probablemente no te saldrá todo a la primera, pero saldrá si sigues trabajando en aquello que te mueve.